La rehabilitación de una vivienda de varios cientos de años supone para el arquitecto el desafío de devolver al edificio no sólo la funcionalidad y utilidad de las que actualmente carece parcial o totalmente, sino, lo que es más importante, devolver al edificio su propia esencia olvidada y difuminada en el transcurso de los años. La intervención ha de procurar la traslación de lo obsoleto a la vanguardia actual, respetando en todo momento el alma del edificio, empleando la arquitectura como un recurso “reparador”, no “creador”.
Este proyecto se afronta por nuestra parte desde la admiración hacia lo que el edificio representa, superviviente al implacable transcurso del tiempo y a los envites de una política urbanística despiadada y especulativa. Detrás una familia decidida a poner en valor un patrimonio de un alto valor sentimental.
El proyecto, con el que se consiguen los permisos urbanísticos, supuso el embrión de una intervención que evolucionó durante la ejecución de las obras, como evoluciona una excavación en un yacimiento arqueológico.
Se mantienen conceptos muy representativos de la edificación original, destacando entre otros el empleo de volúmenes muy sencillos, elementos unidireccionales para los forjados y empleo de huecos de ventanas propios de las edificaciones militares o defensivas. También se mantienen los elementos constructivos preexistentes, como el sistema de muros de carga de piedra, forjados de vigas de madera y contraventanas, entre otros.
La vivienda se enriquece con el entorno, los huecos se alinean y orientan hacia los viñedos, al verde del campo y al azul del mar, enmarcando preciosas vistas para el disfrute desde los espacios interiores.
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